Autor: Revista Crisálida / Juan Carlos
Castrillón
“Naturaleza sin directiva del espíritu
no es verdadera naturaleza, sino naturaleza degenerada". I Ching
Los HIPSTERS (palabra que significa
originalmente en el slang del swing "descaderado en el frenesí del
baile", y que podríamos equivaler a "tipo chido" o "chavo
de onda") eran en los años 50 según Norman Mailer los jóvenes blancos que
querían ser negros (checar la gran canción de Lou Reed I Wanna Be Black) y que
imitaban o traducían a su estilo las maneras afroamericanas. Claro ejemplo de
esto es el primerísimo Elvis Presley, en su gloriosa etapa con Sun Records.
Ahora, los Hipsters son "Posers culturales, consumidores posmodernos de
moda alternativa". Vacuos, presuntuosos, y pedantes adictos de la
tecnología descontextualizada, creyentes dogmáticos y desesperados de la
"selfie". Existencialistas de boutique. El hipsterismo no es
contracultura, depreda, canibaliza a la contracultura. Es vil moda narcisista,
ocupada en llamar la atención de los medios, en ser popular, en "crear
tendencia", ganar "likes" a costa de un supuesto glamour
trasnochado y demasiado superficial. El hipster es el zombie del consumo, falto
de originalidad, y lo que es peor, de honestidad. Tiene que demostrar que sabe
de todo, que es experto en todo: política, literatura, arte, música, futbol,
cine... De todo opina, todo critica, pero siempre desde la periferia, sin
involucrarse, sin comprometerse. Uno de los más claros ejemplos de esta
subcultura es el señor Johnny Depp, y su nutrida caterva de baratos
imitadorcillos. Depp quiso ser James Dean, quiso ser Marlon Brando, quiso ser
Keith Richards, quiso ser inclusive Matt Dillon; y solo consiguió ser un
comodín acomodaticio, y perder su identidad en una grotesca mescolanza de
múltiples personalidades. Experto en datos e información del momento, el
hipster no es culto, no es sabio, porque no tiene tiempo para digerir tanto
conocimiento. No es cool, no es chido, precisamente porque se nota
excesivamente tensionado, se ve estresado por parecer despreocupadamente
original.
Para ser autentico, primero se debe
saber quién se es, mantener una profunda conciencia de uno mismo, de nuestra
situación, historia y raíces. Luego, aceptarnos, comprendernos, respetarnos,
con todas nuestras limitaciones; atreverse a conocer nuestros propios demonios,
nuestros abismos para poder sublimarlos: Por supuesto que la individualidad
humana es casi insondable, construirla y desarrollarla es un proyecto que lleva
toda la vida, pero cultivarla es la única manera de combatir la uniformidad
promovida por el sistema capitalista; el consumismo es el nuevo fascismo, como
ya preveía en los 70 el poeta italiano Pier Paolo Passolini. Compra y serás
feliz, otra de las grandes falacias de la ideología dominante. Al fascismo solo
le importa convertir al sujeto individuado en simple tuerca, clavo, o tornillo,
para poder reinar impunemente por otros mil años. Es una ley universal, el que es chido
simplemente ES, se deja ser a plenitud, sin andar proclamándolo, y mucho menos
fijiéndolo. Lo chido, cool, atractivo, vanguardista, original, o como quiera
denominarse, siempre se olvida, no es únicamente una cuestión de imagen,
implica lo ideológico, el intelecto y el espíritu del ser individuado. Ahí
tenemos los ejemplos históricos del Che Guevara, Malcolm X, Bob Marley, John
Lennon, Charles Chaplin, Joe Strummer, o Gil Scott-Heron para comprobarlo. En
México, por supuesto, también tenemos numerosos personales de este calibre:
Desde Nezahualcóyotl y Cuauhtémoc, a Emiliano Zapata, cualquiera de los
hermanos Revueltas (Silvestre, Rosaura, José o Fermín) hasta Frida Kahlo o
David Alfaro Siqueiros, entre otros cuya influencia cultural es inmensa. No soy "purista", todo lo
contrario, creo que las culturas evolucionan históricamente a través de una
estratégica interacción, de una grave intercomunicación, de una definitiva
contaminación, prácticamente promiscua entre todas ellas. Pero esta importante hibridación
debe ser natural, necesaria, honesta, sencillamente humana, y no provocada en
el laboratorio de pruebas de cualquier compañía comercial. Esto solo provoca adefesios
decadentes, como bien demuestra la escritora romántica Mary Shelley con su inmortal
Frankenstein.
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