- *.- Mi mamá me ponía unas verdaderas tundas por hacer mis “monigotitos”
Por Edmundo
Cázarez C.
-Primera de
dos partes-
Catalogado
como uno de los mejores cronistas urbanos y uno de los sociólogos más
importantes de América Latina, Gabriel Vargas, creador de la “Familia Burrón”,
da la impresión saltar de la realidad a la fantasía, y es que muchas de las
veces, uno piensa que los personajes forman parte de su autor. De esta manera,
la cansada figura de Gabriel Vargas parece esconderse en el interior de la
peluquería “El Rizo de Oro”, enclavada en el callejón del Cuajo, una vecindad
situada en pleno corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, misma que
ha servido de refugio por más de siete décadas, a cada uno de los 57 personajes
que integran esta legendaria Familia Burrón.
Al
descubrir nuestra presencia en la intimidad de su hogar, un modesto
departamento ubicado frente al Jardín del Arte en la colonia San Rafael de la
Ciudad de México, con un espontáneo saludo muy al estilo de “Macuca” exclama:
¿Cómo lo trata la vidorria? ¿Me jura que viene hacerme una muy chipocluda entrevista?...
Bajo de
estatura pero gigante en creatividad e ingenio, a sus 85 años de edad, no
obstante haber sufrido una embolia cerebral que lo tuvo al borde de la muerte,
con notorias dificultades para hablar, el también creador de “Don Jilemón
Metralla” entre otros muchos personajes más, en entrevista exclusiva, considera
que los presidentes de la República de antes eran muchísimo más humanos, la
gente los quería mucho y los respetaba porque veía en ellos a verdaderos
líderes en quienes confiar y seguir, pero ahora, los vomitan porque se han
convertido en autoritarios y verdaderos tiranos, se creen como si fueran reyes,
además, carecen de una calidad humana y hasta evitan que la gente se le acerque
para exponerle sus necesidades.
Orgullosamente
originario de Tulancingo, Hidalgo, Gabriel Vargas, un destacado dibujante y
considerado como uno de los mejores cronistas urbanos por el exacto retrato que
hacía de la familia mexicana de clase media baja con sus anhelos, sufrimientos
y alegrías, pero también, de manera divertida y con un coloquial lenguaje,
logró crear conciencia de nuestra idiosincrasia y de la forma en que hemos
evolucionado como pueblo y como nación.
A Gabriel
Vargas se le deben expresiones tan ligadas a nuestra forma de ser, tales como
“ojitos de apipisca”, “iguanas ranas”, “colgar los tenis” y “los azules”, este
último modismo se le quedó de por vida a los policías de barrio.
Dentro del
extenso material que me dí a la tarea de rescatar en los archivos que
permanecieron guardados por espacio de 22 largos años en mi computadora, pude
encontrar esta interesante y amena entrevista que la mañana del 22 de octubre
de 1999, tuve el honor de hacerle a don Gabriel Vargas, un extraordinario
dibujante, caricaturista e historietista, así como un importante referente de
la cultura popular de nuestro país. Gracias al decidido apoyo que me ha
brindado Francisco Rodríguez, director general de Índice Político, se la
ofrezco a usted, estimado lector, esperando sea de su agrado.
¡¡Momento!!,
¿Acaso estoy pintada? ¿Qué se traen estos fulanos que vienen y se meten a
nuestra casa?... “Nos pos si, Varguitas ya ni nos pela, durante más de 40 años
le dimos harta fama para que comiera como rey”, parece interrumpirnos “Borola
Tacuche”, uno de los más célebres personajes de la Familia Burrón, queriendo
cobrar vida en una gigantesca escultura hecha en papel maché, la cual,
permanece sentada frente al restirador o mesa de trabajo de este destacado
caricaturista.
Durante los
años 60´s, 70´s y 80´s, “Los del Doce”, “El Capelucho”, “Sopa de Perico” y
“Poncho López”, entre otras historietas más, crearon toda una época en la vida
de nuestro país. Estar junto a él, es contagiarse de una vitalidad y energía
demostrada durante el transcurso de la entrevista que se llevó a cabo en una
reducida pero confortable sala de su departamento. En las paredes de su
“refugio creativo”, cuelgan centenares de diplomas y fotografías con muy
destacadas personalidades de la vida social, política y artística de nuestro
país, así como varias de las portadas de la popular revista y dibujos que
perecen cobrar vida para acompañarnos en esta amena conversación con su
creador.
Pulcro en
el vestir, porta un traje gris Oxford y su tradicional e inconfundible pañuelo
blanco junto a la solapa de su saco, lo que le imprime un toque de elegancia y
distinción. Su mano derecha permanece inmóvil como secuela de la embolia
cerebral sufrida. Con esfuerzo y cierta dificultad para hablar, pero haciendo
gala de su extraordinario sentido del humor y caballerosidad, da muestras de
poseer una memoria prodigiosa. ¿Desean tomar un café o un refresco? Al momento
en que una persona que le asiste le lleva un vaso con agua, me dice: “Vamos a
ver, pregúnteme lo que quiera”
-¿Quién
demonios es Gabriel Vargas?
-Suspira
profundamente, detrás de sus anteojos de carey, sus ojos brillan intensamente y
responde: “Soy producto de una maroma que dio mi vida. Fíjate que un señor que
se llama Sergio Pitol, escribió una cosa acerca de mi cuando ni siquiera me
conocía y le anduvo preguntando a medio mundo que quién era Gabriel Vargas,
total que hizo un reportaje para el periódico ABC de España.
-Sergio
Pitol es un muy destacado escritor y poeta…
-Pues este
señor contaba que frecuentemente se reunía con don Alfonso Reyes y que dichas
reuniones era puro reír porque ahí también estaban Carlos Monsiváis y otros
escritores más y decían que sin darse cuenta, siempre salía Gabriel Vargas en
la plática, que eran horas y horas de bromas por lo que escribía en mis
cuentos.
-¿No le
daba gusto?
-¡Qué barbaridad!,
más que darme gusto, me preocupa muchísimo porque Gabriel Vargas no hace otra
cosa que “monitos”. –Sin poder aguantar la risa exclama-: “Es más, la mera
verdad, hasta me da vergüenza, pero también, me da harto gusto porque quiere
decir que esos más de 40 años de intenso trabajo no fueron en balde.
-¿Don
Gabriel, a lo mero macho, los mexicanos somos tan burros y por eso se le
ocurrió dar vida a la Familia Burrón?
-Mire
Edmundo, la palabra “Burrón”, viene de esto: ¡Siempre he pensado que los
hombres y mujeres trabajan demasiado, no atinan salir de su ambiente y están
tan mal pagados, que, a lo mero macho, así como dice usted, que son unos
burros!! De ahí que se me ocurrió el por qué puse a don Regino Burrón que era
un burro. Toda la vida se la pasó en un solo oficio en la peluquería y se me
figuraba que era un burrito o un burrón.
-¿Cómo ve
al México de ahora en comparación al México que usted vivió intensamente?
-Hay un
cambio muy notable. Era un México muy pacífico. De verdad, se podía vivir sin
sobresaltos.
-¿Cómo
empezó a hacer sus “monigotitos”, como le llama a su brillante trabajo…?
-Uyy,
déjeme contarle que cuando empecé a hacer mis historietas, salía del periódico
a media noche durante 27 años y conocí todas las carpas, cabarets y teatros…
-¿Se
convirtió en un auténtico noctámbulo?
-Es que era
realmente fascinante aquel mundo nocturno… ¡No hombre!, a las dos de la
madrugada pasaba mucha gente junto a mí y no me causaba ningún pavor, al
contrario, las saludaba con gusto y hasta me respondían con una
sonrisa…¡¡Buenas noches don Gabriel!, ahora, si es que llego a salir a la
calle, tenga usted por seguro que me dejan como apache...
-¿…Tanto
así?
-Si veo
alguien parado junto a mí, no lo pienso dos veces, llamo una patrulla, pero al
reflexionar, me da mucho más miedo porque estoy seguro que son los mismos y uno
ya no sabe lo que le va a pasar. Caramba, era un México muchísimo más
tranquilo.
-¿Cuánto
tiempo le llevó observar el tipo de vida que respiraba en las vecindades...?
-Me metí a
las calles de Bartolomé de las Casas o Santa Julia. Conocí todos los barrios
populares de México.
-¿En su
natal Tulancingo la vida era diferente…?
-Nací un 24
de marzo de 1918 en Tulancingo, Hidalgo, “Tierra de machos”, pero de esos
machos de a caballo. Tenía cuatro años de edad cuando mi padre murió y mi mamá
decide venirse a la Ciudad de México.
-¿Los
Vargas eran de los “riquillos” de Tulancingo?
-Ja,ja,ja,
de ser considerados de los “riquillos” en Tulancingo, nos venimos a perdernos
en la megalópolis”. -Al momento en que su asistente le pide que debe tomar agua
al notar que se le seca mucho los labios y se le dificulta hablar, esperamos
unos segundos y esperamos a que se tranquilice- “Bueno, como le decía, ya
estando aquí en el Distrito Federal, mi mamá comienza a trabajar en unos
laboratorios. Me imagino que debe haber sido muy fregona porque apenas iba a
cumplir un año en la chamba y que la hacen jefa del departamento de máquinas. Mientras
tanto, me llamaba mucho la atención estar en contacto con los barrios más
pobres de la gran ciudad”.
-¿Qué lo
llevaba sumergirse en zonas consideradas de “alto riesgo”?
-Quería
conocer cómo vivía el capitalino y no es que me hiciera tonto, si es lo que me
quiere dar a entender ehh. Soy extracción de un hogar manejado por una mujer.
-¿Y su
papá?
-Pues
quiero que sepa que perdí a mi padre cuando apenas tenía cuatro años de edad. A
diario, mi mamá me decía: “Mi´jo, no salgas de noche porque te va a pasar algo.
-¿Y usted
que le decía?
-No mamá,
no se preocupe. Viajo muy tranquilo. Aunque debo confesar…¡¡Claro que tenía
pavor! Me acuerdo que una de esas veces, fui al callejón de Fray Bartolomé de
las Casas, en pleno corazón de Tepito y me acompañó un amigo del periódico en
donde hacía mis “monitos” Ah, pero para esto, hizo que nos llevaran a bordo de
una patrulla.
-¿Qué fue
lo que vio?
-Conocí un
lugar que me impactó muchísimo por la pobreza tan tremenda que había. Ese lugar
se llamaba “El Mesón de los Dormidos”. Cuando llegué ahí, vi que los que se
hospedarían en ese espantoso lugar todo sucio y desordenado, pagaban unos
cuantos centavos.
-¿Cuándo
menos tenían una cama en donde dormir?
-No
hombre!!, a cambio, les daban un petate todo sucio y lleno de chinches. En la
planta alta había señoras con niños muy pequeñitos –Intempestivamente, mi
entrevistado se despoja de sus grandes lentes de carey para limpiarse las
lágrimas que salen de sus ojos. Sin pérdida de tiempo, la persona que le
asiste, me solicita que le demos unos minutos en lo que le checan la presión
arterial. Una vez repuesto, me dice que quiere continuar con su relato-
-Maestro,
de verdad y si así lo desea, suspendemos la entrevista y le ofrezco regresar
otro día para concluirla…
-No don
Edmundo, usted no se preocupe. Estoy seguro que, en ese tiempo, usted ni
siquiera había nacido –me dice jocosamente. De esto que le estoy platicando,
hace poco más de cincuenta años, era un México mucho muy diferente y tranquilo.
-¿Nació en
pañales de seda y quiso probar lo que se sentía ser pobre?
-Vaya
pregunta. No, no es eso. Visité todos los barrios de México. Pero usted tiene
toda la razón. Gabriel Vargas no es de extracción ni mucho menos vivió en
vecindades, al contrario, quise conocerlas de cerca y me dediqué a recorrerlas
una por una. Así fue como me nació la idea de hacer esta historia que me ha
dejado muchísimas satisfacciones: La Familia Burrón.
-¿Pero por
qué el barrio “El Cuajo” y todos esos nombres raros, trataba de enmascarar una
realidad?
-Tenía que
imprimirle un poco de broma. Busqué nombres chistosos para cada uno de los
personajes y lugares. El barrio de El Cuajo, donde se supone vivía don Regino
Burrón, es un barrio muy pero muy humilde, pero no podría situarlo en ningún
otro barrio de la Ciudad de México. Muchos me reclamaron agresivamente que, si
me refería a Peralvillo, de Santa Julia o de Tacubaya, así es que le puse el
primer nombre que se me ocurrió para evitarme mayores problemas.
-Los
caricaturistas de ahora ya no hacen este tipo de historietas ¿Se les acabó el
ingenio?
-A decir
verdad, no podría opinar debidamente porque desconozco su contenido, es decir,
conozco a la mayor parte de los caricaturistas y todos, sin excepción, son
magníficos.
-No le
saque…
-No es que
le saque, sino que Gabriel Vargas no tiene la capacidad para hacer un chiste de
dos o tres palabras como lo realizan ellos para hacer reír o para atacar a
alguien. Tienen muchísimo ingenio y no es lo mío. Mi creatividad es de muchas
páginas más para poder construir una historia con gracia.
-¿Sus
“monitos”, un reflejo de su infancia?
-Ja,ja,ja…
¿Juguetes? No mi amigo Edmundo. Yo no tuve porque mi madre. Si menciono a mi
madre, le voy a explicar el por qué. Mi madre tenía la costumbre, desde que yo
tenía uso de la razón, nos compraba libros con temas muy específicos, tales
como los famosos “Cuentos de Calleja”, de la argentina y famosa editorial
Billiten. Asimismo, nos daba a leer “La Vuelta al Mundo en 180 Días”, “Los
Viajes de Colón” y otros más.
-¿A lo mero
macho no tuvo una pelota o un carrito?
-Cuando le
decíamos a mi mamá que queríamos un juguete, nos obligaba a que lo hiciéramos
nosotros con nuestras propias manos. “Mamá, vimos un camioncito muy bonito,
¿Nos lo compras? Simplemente nos decía: “Si quieren su camioncito, háganlo”,
para esto, habilitó el último cuarto de la casa como taller de carpintería para
que hiciéramos nuestros juguetes.
-¿Ni
siquiera libros para niños llegó a leerlos?
-Qué bueno
que toca el tema. Es más, los libros para niños ni siquiera llegamos a
hojearlos, tan es así, fíjate que sucedió un incidente en mi vida que me dejó
una profunda huella…
-¿Era un
niño genio?
-Me lleva
el tren con usted… ¿Acaso es brujo o sicólogo que se adelanta a los hechos? ¿Me
va dejar que le siga contando o usted deduce simplemente…?
-Disculpe,
no era mi intención provocar su enojo, al contrario, estoy muy entusiasmado con
su charla...
-Resulta
que mi hermano y yo, nos apuntamos en primer año de primaria, pero habíamos
adquirido tal conocimiento con todo lo que nos había puesto a leer mi mamá, que
nos pasaron de manera directa hasta tercer año. Además, le pedía permiso a la
maestra para platicarles cosas a mis compañeros, acerca de Botánica, Historia
de México, de los conquistadores y hasta de astronomía…
¿Un niño de
cinco años hablando de astronomía?
-Aunque
usted no lo crea. Los demás niños se me quedaban viendo con cara de espantados
y hasta asustados.
-¿Pensaban
que usted era de otro planeta?
-Les
espantaba que les dijera la distancia que hay entre la Luna y la Tierra. Un
día, llegaron todos los maestros, el director de la escuela, el inspector y
mandaron llamar a mi mamá y cuando dijeron mi nombre…¡¡me oriné en los
pantalones!! Temblaba de miedo, creí que me iban a correr de la escuela porque
me llevaron a la dirección y le explicaron a mi mamá que me pasarían de primer
a tercer año porque estaba muy avanzado.
-¿Tomaban
decisiones sin explicarle nada a usted?
-Yo no
entendía nada. Nada más veía a mi mamá sonreír mientras que todo mi cuerpo
temblaba peor que un gato acabado de bañar.
-Seguro que
a esa edad ambicionaba ser bombero o astronauta…
-Nooo, que
esperanzas. Lo único que me gustaba era dibujar mis monigotitos.
-¿Nunca le
dio por pintar?
-De muy
joven, pero fui un fracaso, insisto, nada más me dedicaba hacer mis monigotitos,
pero no con toda la pasión.
-¿Por qué
le apasionaba tanto el dibujo?
-Desde que
estaba en quinto de primaria me fui convirtiendo en un apasionado por el
dibujo, tan es así, que mis maestros me pedían que ilustrara las paredes del
salón. Y ahí me tiene, todas las tardes me las pasaba dibujando patitos y una
serie de animalitos.
-¿Qué
sucedió en sexto año?
-Las cosas
que pintaba ya no eran patitos sino cosas de Historia Universal. Tanto me
aficioné con mis dibujos, que el director de la escuela me pidió que entrara en
un concurso que se llamó “El Día del Tránsito”, atendiendo una invitación del
entonces Regente de la Ciudad.
-¿Cuál era
la temática?
-En lugar
de hacer un dibujo “pequeñito”, como todos mis compañeros, hice uno de tres
metros de largo –Al recordar aquellas anécdotas, continuamente se le quiebra la
voz y sus ojos se llenan de lágrimas- “Todos mis compañeros hacían sus dibujos
en una hoja tamaño carta y yo lo hice así de grandote (extendiendo sus brazos
para explicarme el tamaño de su obra), por cierto. –añade-, si quiere al final
de la entrevista se lo muestro –Cosa que sucedió al término de la entrevista.
¡Fíjese que fue mi esposa quien lo rescató!!
-¿Qué fue
lo que se le ocurrió dibujar?
-Lo único
que recuerdo es que me fui atrasando mucho, mientras que mis compañeros
acababan muy rápido y lo entregaban. Mi madre decía una y otra vez…” Válgame mi
hijito, ni Dios permita que vayas a convertirte en un dibujante, porque seguro
que te me mueres de hambre” Vas a ser un gran médico o un abogado muy
reconocido. Así es que te prohíbo que sigas haciendo tus monigotes.
-¿Se sintió
deprimido y triste?
-Un dia,
fuimos de compras al centro y se le quedó viendo a unos pintores de brocha
gorda que estaban trepados en una escalera y me dijo: “¿Así quieres terminar
como estos infelices, trepados en una escalera?” Los señores estaban pintando
un letrero para una cantina. Y volvió a insistir: “Ya te lo dije, quiero que
seas un médico muy chingón”.
-¿Qué
castigos le aplicaba cuando lo sorprendía haciendo sus “monigotitos”?
-En la
noche, me quitaba la luz para que no dibujara. En ese tiempo, vivíamos en la
colonia Industrial Vallejo y luego nos cambiamos a Peralvillo, por cierto, una
casa bastante amplia para doce hermanos.
-¿Los
hijos, por docena salían más baratos?
-Mi hermano
Ramón, que también ya murió, me decía: “Métete debajo de la cama y me consiguió
un par de ladrillos para que ahí pegara cabitos de vela y pasando la media
noche, me ponía a dibujar sin ningún problema. Pero un día, me quedé dormido y
la parafina fue haciendo una llama muy grande… y que se prende el colchón de mi
hermano!! Pegó tal grito que todos empezaron a correr a traer cubetas con agua
para apagarlo y de paso, me pusieron una señora empapada que hasta fiebre me
dio. Total, que no terminé mi dibujo y me dieron una severa tunda con una
chancla.
-¿Cuántos
hermanos tuvo?
-Diez, once
y doce, cuenta con los dedos de su mano. Fuimos doce hermanos. Mi madre tuvo
con mi padre doce hijos, tan fue así, que i hermano menor ya no conoció a mi
padre. Quiero decirle que mi papá murió a los 40 años de edad y por su gusto…
-¿Cómo está
eso que murió por su gusto?
-Fue un
eterno viajero. Sus negocios siempre los hizo lejos de Tulancingo. Un
comerciante en grande, de esos que hoy llaman acaparadores. Tenía una bodega
como del tamaño de una cuadra y vendía todo tipo de semillas, telas y géneros.
También había mercancía de abarrotes, pescados, chiles y carnes secas. Hasta
llegó a convertirse en el proveedor de las Huastecas Hidalguense, Potosina y
Veracruzana.
-Pero no me
ha dicho cómo está eso que murió por su gusto ¿Acaso se suicidó?
-Siempre
que iba a la sierra, regresaba con que le ardía mucho la garganta, se le
cerraba y siempre decía: “Mañana sí me opero” Total, que fue pasando el tiempo
y no se operó hasta que un día se decidió. Pero como tenía una posición muy
desahogada, uno de los cuartos de la casa lo habilitó como un pequeño
quirófano. Pero para esto, quiso reunir a todos sus amigos y organizó un
desayuno, precisamente el día en que lo operaron porque los médicos le habían
dicho que era una operación sin chiste.
-¿El que
por su gusto muere, hasta la muerte le sabe?
-En aquella
época, la forma de anestesia estaba muy atrasada y le pusieron éter y
cloroformo al mismo tiempo, y como no le hicieron análisis previos, le produjo
un ataque al corazón. Ni siquiera lo habían abierto de la garganta. Cuando
salieron las enfermeras gritando que mi papá había muerto, fui el primero en
meterme a donde estaba y me abracé a su cuello y le decía: “Papi, ya levántate.
Por favor, papi ya despierta y vámonos a desayunar” Llorando y abrazado a su
cuello, no lo quería soltar hasta que llegaron unos señores y me arrancaron de
su cuerpo obligándome que lo soltara. Después, jamás lo volví a ver. Es más, mi
hermano trató de matar con una pistola al mentado doctorcito, pero gracias a la
rápida intervención de los invitados al desayuno, aquello se convirtió en un
velorio. –Don Gabriel Vargas rompe en llanto abierto y optamos por cambiar de
tema. Al notar que se había recuperado, le pregunto-:
-¿Ya me
dijo que era un niño genio, pero qué tipo de travesuras hacía?
-Les
cortaba las trenzas a mis hermanas y el castigo que me imponían era cargar una
silla durante una semana. Ja,ja,ja, no se daban cuenta que me metía debajo de
la silla y me ponía a jugar canicas con mi hermano.
-¿Y en la
escuela?
-Curiosamente,
en la escuela fui muy serio. Me educaron de tal forma que sabía perfectamente a
lo que iba a la escuela.
-¿La letra
con sangre entra?
-Fíjese que
no. Es más, no nos pegaban ni mucho menos nos castigaban. Permanecíamos muy
atentos a todo lo que nos decían los maestros y al terminar de hacer la tarea,
salíamos del salón de clases como tapón de sidra o como venados a jugar al
campo, a un costado de la Colonia Industrial, justo en donde estaban unos
llanos enormes que les llamaban como los Campos de la Ford y en donde se
suponía iban a poner una planta automotriz ahí. También recuerdo que mi maestro
de primaria, Evaristo Ruiz, venía dos veces al año a visitarme –De nueva
cuenta, la nostalgia invade a mi entrevistado, lo noto sumamente sensible al
comunicarnos que hacía unos cuantos días que su querido maestro había
fallecido.
-¿El joven
Gabriel Vargas que percepción tenía del entonces presidente de la República?
-Ya no me
acuerdo bien, pero si no me equivoco, existía una pelea entre Álvaro Obregón y…
Uff, ya me empieza a fallar la chaveta!! Luego mataron a Obregón y creo que ahí
es donde surge Abelardo Rodríguez o algo así.
Siendo muy niño, un día acompañé a mi mamá a recoger dinero que le
mandaba mi papá y vi que al Palacio Nacional le estaban construyendo un último
piso. ¿Usted sabe que antes nada más tenía dos pisos? –me interroga y continúa-Palacio
Nacional estaba muy chaparro y se veía hasta feo. ¡Claro!!, se le aumentó un
piso más y como que quedó de más categoría.
-¿Qué
imagen tenía el joven Vargas de los entonces presidentes de México?
-Gabriel
Vargas siempre ha sido apolítico y me ha importado un cacahuate quién sea el
presidente. ¿Cómo me lo imaginaba? Pues me imaginaba que un Señor Presidente de
la República era un hombre muy poderoso, y digo que poderoso, porque toda la
gente los respetaba y sentían mucho aprecio por ellos.
-¿Ahora
existe una imagen distorsionada?
-No
exactamente, sino que eran mucho más humanos… De veras, la gente los quería
mucho y hasta se sentían orgullosos de su presidente. Ahora, los vomitan y ya
no son tal. Se han convertido en verdaderos reyes porque cuando llegan al
poder, son los únicos a quienes se les debe de aplaudir y gritarle “Señor
Presidente”. Ya no tienen una posee humana para que cualquier ciudadano diga:
¡¡Voy ir hablar con mi presidente para exponerle mis “cuitas”!!, Ahora, viven
encerrados en Palacio Nacional o en Los Pinos, además, existen veinte mil
individuos que impiden que uno se le acerque, ni de lejos dejan que uno lo vea.
-¿Le
hubiera gustado ser diputado o senador de la República?
-Ya le dije
que siempre he sido apolítico.
-Bueno, no
se enoje, usted hace política desde la peluquería El Rizo de Oro, además, estoy
convencido que Regino Burrón cobra vida en usted…
-Antes de
responderme, me observa detenidamente y exclama: ¿Cómo dijo?... ¡¡Tiene usted
mucha razón!! Regino Burrón es el otro Gabriel Vargas, quizás, es la otra vida
que me hubiera gustado llevar. Desde niño era otro tipo de vida. Por un
centavo, me daban un “tompiate”, eran unos pequeños costalitos que me llenaban
con dulces y frutas, no se esté imaginando otras cosas, eran algo increíble.
Por un peso, te daban 25 huevos. ¡Hoy en día, un huevo…cuesta un huevo!!
-¿Duele ser
pobre?
-Sin que me
juzgue como chocante, no padecí de necesidades apremiantes de muy joven ni de
niño. Aunque mi padre no dejó herederos, quedaron muchos de sus negocios que
después mi madre vendió y de eso vivimos.
-¿El muerto
al pozo y el vivo al gozo?
-No con
lujos, pero sí, con cierta comodidad. Quiero que sepa que los más pobres, viven
mucho más unidos que los ricos. Tienen la conciencia más tranquila que los
millonarios como doña Cristeta, que, en realidad, es un fiel reflejo de una tía
que tuve, por cierto, la canija vieja nos hizo la vida de cuadritos.
-Continuará-
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